Época: Primer franquismo
Inicio: Año 1951
Fin: Año 1957

Antecedente:
Gobierno y diplomacia

(C) Stanley G. Payne



Comentario

Después de que Francia destituyera al sultán en Rabat, la administración española en Marruecos le siguió reconociendo como el legítimo líder marroquí. García Valiño, además, permitió que los nacionalistas se refugiaran en el Protectorado español, desde donde se prepararían incursiones a la zona francesa. Esta política tenía como objetivo desconcertar a los franceses y obtener la amistad de los marroquíes, pero no se pretendía favorecer la independencia. La actitud de Franco parecía estar dominada por la memoria de la fidelidad que las tropas marroquíes habían demostrado bajo su mando en los años 20 y durante la Guerra Civil y expresó su opinión personal de que la independencia de Marruecos estaba muy lejana. Sin embargo, García Valiño no pudo evitar una ola de huelgas nacionalistas, manifestaciones y actos terroristas que estallaron en el Protectorado a finales de 1955 y continuaron al año siguiente.
En ese momento, París cambió su política y se preparó para retirarse. Permitió que se formara un gabinete nacionalista en Rabat a finales de 1955. Previamente se había nombrado a tres nacionalistas para posiciones destacadas en la administración de la zona española y el 13 de enero de 1956 el Consejo de Ministros español acordó que pronto habría que negociar la independencia con Marruecos. En marzo de 1956 Francia otorgó oficialmente la independencia a su zona y un mes después, el Gobierno español, ante los disturbios constantes en su Protectorado, no tuvo más remedio que hacer lo propio. Era un final amargo para Franco. Era el final de la Guardia Mora, la Guardia personal montada, de atuendo llamativo, seleccionada entre los marroquíes que más se habían destacado en su círculo personal. García Valiño, un diminuto general con gran prestigio en la jerarquía militar, se sentía como si le hubieran traicionado. Franco le había animado a que tomara una postura firme ante los problemas del Protectorado en 1955, pero luego le abandonaría sin instrucción alguna, para después hacerle culpable de haber dejado que se perdiera el control. La política española demostró que no existía ninguna relación especial ni entendimiento con Marruecos, sino sólo confusión y contradicción.

La pérdida repentina del Protectorado también fue un duro golpe para el orgullo de los militares veteranos que habían comenzado sus carreras allí. Los salarios en el Ejército también se estaban quedando muy bajos en relación con la inflación galopante y empezaron a aparecer los primeros signos de descontento entre los militares, a la vez que la oposición política se dejaba oír por vez primera en cinco años. El general Antonio Barroso, que recientemente había sido nombrado jefe personal de la Casa Militar de Franco, expresó su opinión de que el cuerpo de oficiales no estaba tan unido como hacía unos años, porque sentían que el Gobierno no respondía ante sus problemas, y que los ministros permanecían en el cargo demasiado tiempo. Poco antes de la retirada de Marruecos, se había expulsado a dos cadetes de la Academia Militar de Zaragoza por destrozar un retrato de Franco y, a principios de 1956, se formaron pequeñas Juntas de Acción Patriótica en los cuarteles de Madrid, Barcelona, Sevilla, Valladolid y Valencia. Franco respondió con su calma habitual, restó importancia a los hechos y se negó a admitir lo que estaba ocurriendo.

Los límites de la disidencia dentro del Ejército quedan claros en el caso de Juan Bautista Sánchez, el capitán general rellenito, con gafas, popular y de tendencias monárquicas. Desde comienzos de 1950 se encontró regularmente con el conde de Ruiseñada, el representante de don Juan, que al parecer tenía pensado liderar un pronunciamiento pacífico para obligar a Franco a restaurar la monarquía. Sus maniobras no eran ningún secreto y parece que Franco le manejaba en parte a través de la relación personal que mantenía Sánchez con el Ministro del Ejército, Muñoz Grandes, un viejo camarada de los años en Marruecos. Se cuenta que durante unas maniobras en el otoño de 1956 un teniente coronel al mando de dos batallones de la Legión, le dijo al Capitán General que sus tropas sólo recibían órdenes del Caudillo. Cuando hubo otra huelga de transportes en Barcelona en enero de 1957, la inactividad de Sánchez recordaba su negativa a participar en la represión seis años antes. El Capitán General, que todavía no había decidido si debía lanzarse a una acción política, padecía del corazón y murió pocos días después durante unas maniobras de campo, de una angina de pecho. Hubo múltiples rumores, pero ninguna prueba de que hubiera habido juego sucio, y Franco se sintió aliviado de librarse de este jefe militar problemático.

La pérdida del Protectorado no significó el final de las posesiones españoles en el noroeste de África. Quedaban las ciudades de población española, Ceuta y Melilla en la costa norte, el enclave de Sidi Ifni al sur de la costa atlántica de Marruecos, y Cabo Juby y el Sahara español al sur del país, así como la Guinea española. El nuevo Estado marroquí pretendía recuperar todos esos territorios que se encontraban a lo largo de su frontera y el blanco más fácil era Ifni que estaba rodeado por tres lados por tierra marroquí. El 23 de noviembre de 1957 las fuerzas marroquíes se lanzaron al ataque. Se pudo controlar, aunque con dificultad, pero al mes siguiente hubo otra ofensiva, esta vez cerca de El Aaiún, capital del Sahara español. En febrero de 1958 se restableció la tranquilidad y el Ejército mostró su firme apoyo al Régimen en momentos de peligro.

Aunque estos asaltos no suponían por el momento un amenaza seria a los restantes territorios españoles, eran indicativos de la fuerza que tenían los marroquíes y planteaban serias dudas acerca del futuro. Se cedió el distrito de Cabo Juby en la frontera sur de Marruecos, pero el Gobierno no tenía ninguna intención de hacer más concesiones. Para fortalecer la relación de Ifni y el Sahara con España, ambos territorios recibieron el estatus de provincia española el 31 de enero de 1958, siguiendo la política que había seguido Portugal con sus propias posesiones en África. Se anunció que se enviaría a 30.000 emigrantes españoles al yermo y deshabitado Sahara, pero no llegó a realizarse. Por el momento, Ceuta y Melilla estaban a salvo, pero no se había hecho nada en el momento de la independencia para que el nuevo Estado de Marruecos reconociera la soberanía española. Las dos ciudades se convertirían en la manzana de la discordia en el futuro.

El Régimen siempre quiso mantener el concepto militar del honor español, pero las fuerzas armadas e incluso de la policía estaban perdiendo puestos en las prioridades económicas del sistema. En los presupuestos del Estado, el Ejército pasó de tener un 30 por ciento en 1953 a un 27 en 1955, un 25 en 1957 y un 24 en 1959. A finales de los 50 en la policía armada se había reducido el número de miembros así como los costes, hasta el punto de estar por debajo de los niveles de la República. El total de 84.591 -incluida la Guardia Civil- en 1958 era proporcionalmente más bajo que el total de 1935 y su porción del presupuesto bajó de un 6,3 por ciento antes de la Guerra Civil a un 5,3 en 1958.